Incapacidad de sistema educativo para enfrentar la violencia de género

Autor: Martina Ocaña Erazo

La OMS define al género como una serie de conceptos sociales, funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres. Dichos conceptos se relacionan directamente con el sexo, es decir, características físicas innatas e inmutables que, en muchas ocasiones, tiene cada individuo. He ahí donde la sociedad empieza la caracterización de niños y niñas por separado, se les designa roles, se desarrollan ciertas capacidades y les enseña lo que “sería bien visto” ante el mundo que les rodea.

En el contexto social, los principales agentes y formadores de las perspectivas que muchos autores señalan como “dicotómicas” (hombre/mujer) y que imponen roles y estereotipos son todos y cada uno de los miembros de la familia. Es así como, dentro del círculo familiar, los niños se ven limitados a una sola ideología, la misma que es impuesta desde que empiezan a cuestionarse ante el mundo. Además, otro de los lugares en donde se generan estos estereotipos de género, es el sistema educativo, el cual, a lo largo de los años se ha visto como uno de los principales entes formadores y educadores de niñas, niños y adolescentes.

Se plantea que la educación además de ser inclusiva no debe estar sujeta a ningún estereotipo de género ni rol determinado para el niño o para la niña. Sin embargo, desde la escuela los profesores siempre nos dicen “Para ti rosa, para ti azul”, “Tú juega con esta muñeca, tú con este soldado” siempre imponiendo una característica de género, expresión meramente personal y que no les corresponde. Dentro de la educación vienen instauradas desde hace décadas varias características muy marcadas tanto para hombres como mujeres, empezando desde los textos escolares, pasando por los uniformes obligatorios, y hasta ciertas actitudes hacía el mismo alumnado por parte de los educadores.

Por otro lado, (Calvo, 2016) manifiesta que no sólo la sociedad, sino hasta los mismos maestros piensan que muchos de los hombres tienden a tener más facilidad para los cargos “políticos” como presidentes de curso o presidentes del gobierno estudiantil y son aptos para seguir carreras técnicas; mientras que las mujeres prefieren no opinar y son hábiles para los idiomas y el lenguaje. De dichos estereotipos, además, se crean expectativas desde el punto de vista educativo y familiar, donde los que cumplen son considerados como un modelo a seguir dentro de un grupo de estudiantes, impidiendo el desarrollo de las múltiples habilidades que tiene cada uno.

El modo de actuar de los jóvenes en los colegios también es parte de una serie de “costumbres”, lo que los hombres han hecho desde siempre: en el recreo jugar fútbol o algún deporte, tratarse entre ellos con cierta violencia que es normal para todo porque “son varoncitos”, entre otras. El problema radica en que, cuando un hombre no se rige a esa serie de características que son impuestas, por la sociedad, la familia, y hasta el sistema educativo, son excluidos de los círculos sociales y abusados muchas veces físicamente por los mismos estudiantes; en cambio, las mujeres desde que adquirieron el derecho de estudiar debieron ser siempre: pulcras, ordenadas, buenas estudiantes, modelos de feminidad. Se podría pensar que en este grupo hay menos discriminación, pero no, las mujeres al desarrollarse en el mismo ambiente tienden igualmente a excluir a las que son “diferentes”, incluso llegando a la violencia psicológica. Todo como resultado del proceso enseñanza-aprendizaje de generación en generación.

El sistema educativo de nuestro país y muchos otros no logran crear un currículo en que se incluya diversidad de géneros, identidades y expresiones, que todos experimentamos a lo largo de nuestra vida. Al contrario, es uno de los mayores creadores de estereotipos, y quien no los siga es excluido y violentado, tanto física como psicológicamente, por los jóvenes “normales” que por ser “tipos ideales” piensan que son mejores y por la comunidad educativa, misma que permite e incluso reproduce estos estereotipos. Por el mismo hecho que la educación tiene “poder”, es de gran importancia empezar con el gran cambio, un currículo diverso, donde se eduque a toda la comunidad educativa, tanto padres como alumnos, educadores e incluso a las autoridades, donde no se normalice ningún tipo de violencia dentro del contexto escolar.

ELECCIÓN Y POSESIÓN DEL C. E. 2018-2019

Referencias:

Calvo, G. &. (2016). La diversidad de género en la escuela pública y la exclusión produce el binarismo. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado. Retrieved from https://www.redalyc.org/jatsRepo/274/27446519008/html/index.html

Flores, R. (2005). Violencia de género en la escuela: sus efectos en la identidad, en la autestima y en el proyecto de vida. Revista Iberoamericana de Eduación, 67-89. Retrieved from https://www.redalyc.org/pdf/800/80003806.pdf


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